Al institucionalizar la incertidumbre y la inestabilidad, Trump obliga al resto del mundo a centrarse en sus propias fortalezas y soberanía
En pocos días, el mundo ha cambiado radicalmente. Cada uno puede pensar lo que quiera de Donald Trump, pero no se le puede negar objetivamente el mérito de haber obligado, aunque con brusquedad, a que se recuperara la voluntad política y ver el impacto que esto ha tenido. Este extraordinario activismo se ejerce forzando acuerdos —deals— obtenidos mediante una agresividad a la que nuestras democracias occidentales no están acostumbradas. Al institucionalizar la incertidumbre y la inestabilidad, Trump obliga al resto del mundo a centrarse en sus propias fortalezas y soberanía. Porque eso le saldrá más barato al Tío Sam.
Todo lo que dice Trump, todas las afirmaciones y evasivas que siguen a sus declaraciones iniciales, forman parte de una negociación cuya existencia, quizás sus interlocutores ignoran, por lo que no pueden saber que están participando en ella. Dos días después de la humillación televisada de Trump al presidente ucraniano, que en el Viejo Continente se interpretó inmediatamente como que «Estados Unidos ya no es nuestro aliado», Europa se unía por fin para intentar demostrar que aún cuenta y Alemania se preparaba para anunciar un programa de inversión en defensa e infraestructuras por valor del 20% de su PIB. Al reunirse con Zelenski, con quien estaba negociando Trump era con Europa.
Tras declarar claramente a la Rusia de Putin como su nuevo enemigo y exponer la amenaza que representa para la seguridad de toda Europa Occidental, en cuestión de dos días, Europa y Alemania abandonaron la ortodoxia presupuestaria, una de sus principales señas de identidad económicas. La «amenaza rusa» lo justifica todo. Y sobre todo, permite vislumbrar al final del túnel un mayor crecimiento, al que los poderes políticos europeos habían renunciado hace tiempo, debido a su sumisión a los criterios de Maastricht y su pánico a la inflación. Al proporcionar a Europa una coartada que le permita desempeñar un papel activo en el crecimiento de la economía mundial, y al exigir al Viejo Continente una contribución sustancial al esfuerzo en defensa, como amenazó repetidamente durante su campaña presidencial, Trump «Makes Europe Great Again».
Antes incluso del inicio de las negociaciones, pero tras el aumento de los aranceles impuestos por Estados Unidos a China, este país nos comunicó a través de su primer ministro que «el consumo interno es, en adelante, una prioridad». Las negociaciones sobre los aranceles, que ni siquiera han comenzado, ya parecen estar surtiendo efecto. Que China se interese por su demanda interna sería una novedad, porque hasta ahora fomentar el consumo se consideraba en ese país un exceso malsano reservado a economías liberales necesitadas de crecimiento. Desde su adhesión a la Organización Mundial del Comercio, China ha desarrollado infraestructuras y capacidades de producción que le permiten inundar el mundo de mercancías a precios imbatibles: el gigante asiático siempre ha sido un poderoso motor de desinflación para la economía mundial. Redirigir su economía hacia el consumo sería algo inesperado, pero ahora se vislumbra dicha posibilidad. En cuanto Trump ha indicado claramente que Estados Unidos dejará de ser el comprador de última instancia de los productos de sus aliados actuales y pasados, China parece haber anticipado que se le pedirá que venda una gran parte de su producción a sus propios consumidores o a otros socios. ¿Por qué no intentarlo? Esta posible transformación —aún por confirmar— sería relevante, y sus efectos sobre el crecimiento de la demanda mundial y los precios podrían ser significativos. Tras cuatro años de debilitamiento económico deflacionista en China, ¿podemos esperar que Trump también «Makes China Great Again»?
El activismo de Trump preocupa a los mercados, a los empresarios y a los consumidores estadounidenses, puesto que el secretario de Estado del Tesoro ha señalado que Main Street (la clase media) es el centro de las políticas de Trump. Si a este anuncio le siguen medidas concretas, sería también algo muy significativo. El pleno empleo y el poder adquisitivo son prioritarios. Hasta ahora, eran simplemente la consecuencia de una política que buscaba mantener la demanda estadounidense fomentando el efecto riqueza mediante un aumento de los activos financieros e inmobiliarios, garantizado por unos tipos de interés bajos. Los titulares de activos se han beneficiado de esta política, mientras que el resto ha sufrido como consecuencia de la enormemente restrictiva evolución de los salarios que la ha acompañado. La política estadounidense de reindustrialización para ayudar a Main Street debería ser inflacionista, al menos al principio, mientras que la consiguiente subida de los tipos de interés no favoreceria a Wall Street. Trump trabaja para sus votantes: Trump «Makes America Different». No está claro que vaya a usar esta frase como lema en una de sus gorras.
Las probabilidades descritas aquí para Europa, China o Estados Unidos podrían no llegar a materializarse. Pero estas perspectivas derivadas de una geopolítica hostil y un comercio mundial menos fluido envían un mensaje similar al transmitido por la inversión de las grandes tendencias estructurales de los últimos años: una demografía menos propicia a la inversión y a la austeridad salarial, una geopolítica cada vez más belicista incluso antes del regreso de Trump, un comercio mundial que ya se estaba agotando antes de las imposiciones de aranceles y una sociología menos favorable a la productividad. Reconocer estos cambios y creer lo que vemos significa vislumbrar un régimen económico en el que la inflación vuelva a ser cíclica, en el que el crecimiento económico vuelva a ser un objetivo político declarado y en el que los tipos de interés nominales se equilibren en niveles más altos. Esta convergencia de las tendencias a largo plazo y la actualidad respalda una gran rotación gradual de la economía y los mercados financieros desde Estados Unidos hacia el resto del mundo; una transición de la era de los bancos centrales a la era de la política, de la era de los tipos de interés bajos para la bolsa a la era del poder adquisitivo para la clase media. La depreciación del dólar que resultaría de esta importante rotación permitiría a los países emergentes disfrutar de una nueva oleada de rendimiento superior tras el relativo letargo de los últimos quince años. Donald Trump «Makes the Rest of the World Great again». Quizá no sean tiempos tan sombríos después de todo.